El niño aúna una realización a lo Michael Mann con una historia de frontera, profesionalidad y camaradería digno de un western de Howard Hawks. El niño sabe qué quiere contar y apenas se desvía del camino trazado. Y cuando se desvía lo hace con una historia de amor despreciada por el propio director, que se la quita de encima sabiendo, esta vez sí, que es una imposición que, ya que no puede ignorar, qué menos que ocultarla debajo de la alfombra.
No es solo que el guion de El niño consiga mantener dos narraciones en paralelo con total fluidez, sino que consigue que el interés no decaiga en ninguna de ellas y, además, enseñar sin ser didáctico (¿alguien ha dicho Traffic?). Hay quienes acusáis de previsibilidad a toda la trama, pero creo que esa acusación viene de un ansia por la sorpresa del espectador que en ningún momento comparte la historia. Esta película no va de cómo acabará lo que pasa, sino de por qué y cómo pasa lo que pasa.